La triple estrategia por Miklos Lukacs

El resonante éxito de la Marcha por la Vida (MPLV) que el sábado pasado convocó a un millón de peruanos ha enervado y preocupado (justificadamente) a comunistas, socialistas, socioliberales y “liberales”, especialmente a aquellos enquistados en el Estado, medios de prensa y universidades de nuestro país. Para estos enemigos declarados del cristianismo, la ciencia y la argumentación, los católicos, evangélicos, agnósticos y ateos que marcharon libre y voluntariamente para expresar su rechazo al aborto constituyen una grave amenaza a la libertad y bienestar de las mujeres peruanas.

Uno de los más indignados por la brutal violencia desplegada por estos bárbaros armados con pancartas, globos y pica-pica —en su mayoría mujeres, jóvenes y niños— fue Juan Carlos Tafur, quien en nombre de la “modernidad liberal” (¿?) hizo un encendido llamado a las bases progresistas a rebelarse contra los “fundamentalistas de la moral cristiana”. Tafur dedicó gran parte de su escrito a insultar a los “ultras”, pero es evidente que nunca invirtió tiempo suficiente para entender por qué la“moral progresista”, que tanto lo excita, es esencialmente inmoral.

Las virtudes son atributos o cualidades que se expresan mediante el comportamiento, y su práctica eleva la calidad moral de las personas; y por extensión, la de sus comunidades. Los griegos antiguos identificaron cuatro virtudes cardinales —prudencia, justicia, templanza y coraje— a las que el cristianismo añadió fe, esperanza y amor (a Dios y al prójimo). Fue la práctica de estas virtudes lo que permitió el florecimiento, espectacular desarrollo y adaptación de las civilizaciones occidentales.

Es recién a fines del siglo pasado cuando, alimentada por un creciente relativismo, la “moral progresista” inició su consolidación gracias a las contribuciones de filósofos de la talla de Beavis y Butthead y Madonna. Fueron las brillantes ideas (y ejemplares estilos de vida) de estos y otros progresistas mediáticos las que persuadieron a millones de almas confundidas a licuar las virtudes del pasado y reemplazarlas por las dos virtudes cardinales del nuevo milenio: tolerancia y autoaceptación.

La doctrina de la “moral progresista”ensalza exclusivamente al pronombre en primera persona singular, y la práctica de sus falsas virtudes no demanda sacrificio personal alguno. Su versión de la “tolerancia” se expresa a través de las más abyectas ofensas y agresiones —incluidas las físicas— contra todo aquel que se niegue a “tolerar” interpretaciones que nacen de realidades severamente distorsionadas. Por otro lado, su versión de la “autoaceptación” deriva con gran frecuencia en mayor egoísmo y la ley del mínimo esfuerzo. ¿Jalaste matemática? ¿Tienes sobrepeso? ¿Embarazaste a una joven? ¿Eres un hombre casado pero te sientes mujer? No hay problema, lo tuyo es el PlayStation, sigue comiendo, llámala y dile que aborte (y no faltes al próximo tono); o simplemente múdate con tu amante o inyéctate un coctel de hormonas, o cástrate para alcanzar esa esquiva felicidad. Al final del día serán otros los que asumirán los costos de tu pereza, indulgencia, irresponsabilidad y egoísmo porque tu autosatisfacción es un derecho y prioridad universal. Nada ni nadie debe negar tu felicidad, aun si tus vicios y malas decisiones son la raíz de tus crónicas miserias y vacíos.

Distorsionar o negar la realidad nos convertiría automáticamente en exponentes de la “moral progresista”. En ese sentido debemos reconocer y contribuir a resolver el drama real que viven millones de personas afectadas por la violencia, enfermedades venéreas y severos trastornos de identidad sexual. Lamentablemente, un enorme daño individual y colectivo es causado por los ingenieros sociales al convertir la excepción en norma; no solo no resuelven los casos en cuestión, sino que gradualmente transforman al todo —la sociedad en su conjunto— en un gran ente enfermo y disfuncional. Ese es precisamente el principal objetivo de los inmorales “progresistas”: producir individuos “libres”, pero socialmente disfuncionales y absolutamente dependientes de sus futuros productores y servicios. Su obsesiva promoción del ethos hiperindividualista se traduce hoy en millones de homo deus programados para autosatisfacerse sin restricciones.

El último gran desafío que enfrenta la “moral progresista” es suprimir el instinto natural de las personas, ese que automáticamente se activa cuando enfrentamos dilemas fundamentales y que nos asiste para diferenciar correctamente el bien del mal. Por eso el “progresismo” aplica la triple estrategia: (i) legalizar el aborto para redefinir el valor de la vida humana; (ii) normalizar el matrimonio homosexual para demoler a la familia, la institución más exitosa en la historia de la humanidad; (iii) imponer la ideología de género para anular las obvias diferencias entre hombres y mujeres, y estandarizar al ser humano en nombre de la diversidad.

Quienes combatimos el “progresismo” liberticida debemos tener claro que su fin último es relativizarlo todo. Si todo, absolutamente todo, es relativo, la verdad se convertirá en una simple variable dependiente; y todo, absolutamente todo, podrá ser redefinido incluyendo la realidad misma. Ante esta gravísima y real amenaza a nuestra libertad, que Tafur y los demás defensores del progresismo nacional e internacional sepan que seguiremos repletando las calles, armados con pancartas, globos, pica-pica o cualquier otra herramienta.